¿SABES CUÁL ES EL “PRECIO ENERGÉTICO” DE LOS SERVICIOS Y PRODUCTOS QUE UTILIZAS?

Necesitamos un sistema de información fiable y claro sobre el uso de la energía para combatir la crisis climática

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A pesar de la existencia de negacionismos más o menos interesados, no es demasiado atrevido afirmar que la inmensa mayoría de la gente cada vez tiene más claro que hace falta empezar a reducir de verdad las emisiones de gases de efecto invernadero lo más rápidamente posible.

También que esto sólo puede hacerse bajando drásticamente el consumo de energía de origen fósil, cosa que mientras la producción de energías renovables no sea más elevada, sólo puede conseguirse usando cada vez menos energía en general.


El “precio energético”

Pero hay un pequeño gran problema: la información sobre los costos energéticos de los productos y los servicios es muy escasa, de manera que, por muy concienciados que estemos, los ciudadanos/consumidores/usuarios lo tenemos difícil para tomar decisiones en función de este parámetro.

Para que podamos hacerlo en base a hechos contrastados y no a creencias, esta información debería estar disponible en todas partes. Es decir, en las etiquetas, en las facturas, en los catálogos, en las webs, en los folletos publicitarios, etc, de todo lo que compramos o utilizamos, deberíamos encontrar, bien claro y destacado al lado del precio en dinero, el “precio energético” que supone el bien o servicio contratado o comprado.


El etiquetaje europeo

La verdad es que ya son bastante visibles algunos esfuerzos en este sentido: un ejemplo notable es el sistema europeo de etiquetaje de eficiencia energética que los ciudadanos se encuentran cada vez más a menudo cuando van a comprar, con un código de letras y colores bastante simple y claro.

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En estas etiquetas, generalizadas desde hace años por lo que respecta a los grandes electrodomésticos, se puede conocer el consumo anual estimado en kilowatios/hora, además de otras informaciones sobre las características de los aparatos y del consumo de agua que tienen lavadoras y lavavajillas, por ejemplo.


Información fragmentaria

Pero estas etiquetas no ofrecen informaciones tanto o más importantes, como por ejemplo la energía que ha sido necesaria para fabricarlos, o la que se necesitará para desballestarlos y reciclarlos cuando acaben su ciclo de vida. Además es un sistema que se aplica a muy pocos sectores, y la inmensa mayoría quedan al margen.

Así hasta las personas más preocupadas por el medio ambiente y el cambio climático y quieren contribuir a mitigarlo se encuentran con dilemas sin solución. Por ejemplo: ¿qué gasta más energía, lavar los platos a mano o en el lavavajillas? Sí, los fabricantes aseguran que los lavavajillas son mucho más eficientes, pero no aportan toda la información necesaria para poder calcular el coste energético total de la vida del aparato y poder compararlo con la alternativa manual.

Lo mismo pasa con los coches eléctricos, que se estan empezando a generalizar y que se venden a menudo como “ecológicos” porque su funcionamiento no genera gases de efecto invernadero. Pero esto esconde tanto las emisiones que ha comportado su fabricación, que son superiores a las de los coches de motor de explosión, como también el origen de la electricidad con la que funcionan, y que en un porcentaje todavía elevado proviene de combustibles fósiles.


¿Coches “ecológicos”?

Esto implica que el adjetivo “ecológico” que se utiliza a menudo asociado a estos vehiculos sea más bien una etiqueta para hacer creer que no comportan emisiones de efecto invernadero, cosa que es sólo parcialmente cierta, pero en un porcentaje bastante reducido. Y todavía más importante: suponen perpetuar el contrasentido de dedicar la energía disponible a mover máquinas muy pesadas para transportar poca carga, a menudo una persona sola.

A pesar de todo, ya empiezan a estar disponibles sistemas de comparación que permiten ser consciente de las diferencias abismales en los impactos ambientales entre hacer un trayecto en avión, en coche (sea movido por combustibles fósiles o por electricidad) o en tren, por ejemplo. Pero el alcance de estos sistemas es limitado, y se reduce a los círculos ciudadanos más concienciados.

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La potencia del “lavado verde”

En cambio, tienen mucha más difusión los mensajes de empresas y proveedores de servicios que, con técnicas de márqueting que pueden calificarse de “lavado verde” (es decir, “greenwashing”), aseguran que ya están haciendo sus “deberes ambientales” y difunden la impresión que las cosas están cambiando a mejor de manera continuada y constante. Ya hemos visto como los coches eléctricos pueden entrar sin demasiados problemas en esta categoría.

El resultado es que se está generalizando el convencimiento que la llamada “economía verde” está de verdad substituyendo a la contaminante, mientras en paralelo y paradójicamente, por ejemplo, el uso del aire acondicionado continua aumentando, se normaliza socialmente y las facturas energéticas continúan subiendo. Y las emisiones, también.


Sistema de información energética

Por todas estas razones es necesario crear un sistema que calcule de manera sistemática la energía utilizada en cada proceso industrial o de servicios o de logística y que la información generada circule a lo largo de todo el proceso, completándose y estando bien disponible y bien visible, para que la tengan bien presente tanto los responsables de su producción como los ciudadanos que se benefician de ellos.

En realidad un sistema como este supondrá trasladar a la energía la lógica de la economía, en la que los precios son los transmisores de la información necesaria para que el sistema funcione, gracias a que permiten una contabilidad a todos los niveles para hacer cuadrar los balances. La energía barata y prácticamente ilimitada de la que se ha disfrutado de buena parte del siglo XX y de lo que llevamos del XXI ha permitido que, por lo que respecta a la energía, no hiciera falta cuadrar nada.

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El “debate energético”

La puesta en marcha de un sistema como éste provocará encendidos debates prácticamente en todas partes sobre cuáles son los costes energéticos reales de los bienes que usamos, debates que en algunos casos pueden llegar a ser dramáticos, pero que formarán parte de una transición necesaria para conseguir que las decisiones se tomen de acuerdo con la realidad energética.

Porque ahora, cuando hace falta tomar una decisión que implique un “dilema energético”, lo que tenemos a mano la mayoría de las veces no es información fiable sino más bien creencias y percepciones, a menudo distorsionadas y alejadas de la realidad, lo que implica que las decisiones se toman bastante a ciegas.


Un sistema necesario

Es urgente y necesario porque permitirá que las decisiones económicas que ahora se toman en el ámbito puramente monetario (planificación, producción, promoción, venta, compra, etc) incorporen la dimensión energética como elemento básico y primordial, tanto las empresas y los gobiernos como a los ciudadanos/consumidores/usuarios, a diferencia de ahora, que sólo es un elemento más, y sólo contemplado como coste monetario.

En definitiva, servirá para situar esta dimensión energética en el centro de la conciencia individual de cada persona y, por tanto, supondrá incorporarla de manera relevante a la conciencia colectiva.


Contabilidad energética

Evidentemente será una contabilidad de una naturaleza sensiblemente diferente a la económica: ésta está basada en los costes materiales y humanos de obtención y transformación de lo que se acaba comercializando, además de lo que incluye el concepto más o menos etéreo de “valor añadido” y también, claro está, la dialéctica entre la oferta y la demanda, que acaba de ajustarlo todo.

La contabilidad energética, en cambio, ha de aspirar a ser mucho más “objetiva”, a reflejar el cálculo más exacto posible de las cantidades de energía que han sido necesarias para producir el producto o servicio en cuestión. Pero evidentemente también tendrá que incluir y detallar un aspecto relativo crucial: el origen de la energía, si se ha generado de manera más o menos “sucia” o más o menos “limpia”.

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Energía “sucia” vs. energía “limpia”

Esto tiene que permitir ir desterrando los medios de producción y los procesos y productos que requieren combustibles fósiles y sustituirlos lo más rápidamente posible por los que se pueden considerar auténticamente renovables y sostenibles.

Porque si al lado del precio económico, es decir la cantidad de dinero que cada uno tendrá que sacarse del bolsillo o de la cuenta corriente, encontramos un “precio energético”, que no tendremos que pagar en ese momento pero que sabemos que tendremos que pagar tarde o temprano, nosotros o nuestros descendientes, entonces las decisiones tomadas cambiarán.


Cambios sistémicos

Más allá de la conciencia ecológica, o ambiental, o energética que pueda tener cada persona, si en el espacio público irrumpe un mecanismo como el propuesto en este artículo necesariamente se producirán cambios en las decisiones económicas de la inmensa mayoría de ciudadanos/consumidores/usuarios.

Y esto tambén necesariamente tendrá repercusiones en los fabricantes y proveedores, que se verán obligados a cambiar de prioridades y de estrategias, e ir abandonando todo lo que tenga relación con los combustibles fósiles, que ya han quedado del todo obsoletos, a pesar que nadie lo haya programado, más bien al contrario.


Una Wikipedia de la energía

Todo esto puede sonar muy bonito, pero no se le escapará al lector que las dificultades de implantar un sistema como este pueden ser enormes. Previsiblemente serán dificultades en forma de resistencias e inercias de los ámbitos políticos y empresariales que ahora toman la inmensa mayoría de decisiones sobre la energía y que funcionan con criterios muy alejados de los que aquí se están exponiendo.

Pero estas resistencias pueden ser desbordadas y hasta neutralizadas y anuladas con un uso creativo de internet y los teléfonos móviles, con aplicaciones que faciliten a los ciudadanos/consumidores/usuarios toda la información disponible.

Lo ideal sería, de hecho, algo así como una Wikipedia de la energía que, con un sistema de voluntariado en red, vaya creando, perfeccionando y ampliando la información para ajustarla al máximo a la realidad, de manera que podría imponerse como ha hecho la Wikipedia, al margen de cualquier apoyo institucional o empresarial.

Josep Maria Camps Collet

@jmcampsc

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