Los seres vivos, seamos bacterias, invertebrados, plantas o mamíferos, somos organismos con un metabolismo cerrado pero a la vez abierto, porque necesitamos captar energía y materia de nuestro alrededor para poder hacer funcionar este metabolismo y también ir devolviendo esta materia a nuestro entorno.
Así, desde el principio de los tiempos y para poder sobrevivir, todos los seres vivos nos hemos alimentado de nuestro entorno más o menos inmediato y le hemos devuelto como residuos la materia que hemos utilizado. Estos residuos se convierten en alimento para otros seres vivos, en unas cadenas tróficas que nos hacen depender unos de otros.
El conjunto de todos estos seres vivos es la biosfera, que forma un todo en el que la materia se recicla constantmente, un sistema enorme que puede ser visto y analizado como un solo ecosistema y en el que nada es realmente «residuo», sino que todo siempre acaba siendo reutilizado por otros seres vivos y retorna al medio como materia más o menos inerte.
Los humanos hemos vivido haciendo también ésto hasta hace relativamente poco, a pesar de que el éxito como especie y nuestro crecimiento exponencial hace milenios y siglos que ya ha alterado muchos ecosistemas, algunos de los cuales se han convertido en desiertos, o casi.
Pero en el último siglo todo ha empeorado, principalmente con la explosión de la química, que ha permitido crear moléculas y materiales que no habían existido nunca en la biosfera, materiales que utilizamos y tiramos al medio en forma de residuos, y hemos descubierto que no lo tiene nada fácil para reciclarlos e incorporarlos.

Los plásticos son quizás el paradigma, materiales que duran mucho (que es precisamente lo que buscaban los que se los inventaron), y que se resisten a ser degradados y asimilados por los seres vivos.
Durante muchos años todo esto no nos ha importado mucho, pero durante las últimas décadas hemos descubierto que, además de ensuciar y acumularse en el medio, estos polímeros estan inundando las cadenas tróficas en forma de microplásticos, y no sabemos muy bien qué consecuencias tendrá para el conjunto de la biosfera. Y para nosotros, que también formamos parte de ella.
A pesar de esto, durante estas mismas décadas hemos utilizado cada vez más plásticos y hemos inventado más materiales sintéticos para fabricarlo todo y, todavía peor, hemos generalizado cada vez más productos de un solo uso, de manera que el problema no está precisamente en regresión, sino todavía en plena expansión. Y los llamamientos de los científicos y de los activistas ambientales que hace décadas que lo investigan y lo denuncian, de momento solo han conseguido tímidas legislaciones que solo permiten recuperar o reciclar una pequeña parte de estos materiales.
Encima la retórica del marqueting que usan las empresas que los fabrican y los utilizan, es capaz de convencer a mucha gente que el problema se está resolviendo, cuando lo cierto es que está lejos de conseguirse. Como ejemplo, todos los mensajes sobre «materiales reciclables», que no quiere decir en ningún momento que se reciclen de verdad, tal como se ha denunciado los últimos años sobre el envío masivo de residuos a países pobres donde lo más normal es que se limiten a «valorizarlos» quemándolos, y eso en el mejor de los casos.
El resultado final es que la biosfera se ha ido llenando cada vez más de más y más materiales sintéticos que los seres vives que la conforma no pueden metabolizar, de manera que ya están alterando ecosistemas enteros, todavía no sabemos con qué consecuencias, la incertidumbre es enorme.
Ante todo esto, no es viable profundizar en las políticas y protocolos actuales, sino que se impone la necesidad de un cambio radical que pase por rediseñar toda la industria para incorporarle la «filosofía» del a biosfera: fabricarlo todo pensando en la reincorporación a las cadenas tróficas de los materiales utilizados, especialmente los de un solo uso (que se deberían limitar al mínimo imprescindible) e integrarlo todo pensando en el largo plazo, de hecho, en el larguísimo plazo.
En realidad ya existen muchos diseñadores y fabricantes más pequeños o más grandes que intentan hacer ésto de manera honesta, pero la verdad es que la inmensa mayoría de la industria es ajena a esta preocupación, y se limita a hacer pequeños esfuerzos para aparentar que les preocupa, y después grandes esfuerzos para que todo el mundo lo sepa.
Es lo que se conoce como lavado verde o greenwashing (que, por cierto, ya se podría ir cambiando por expresiones más idoneas, como pintado verde o maquillaje verde, en este enlace se explica el porqué).
Hacer esta enorme reconversión no será fácil, y difícilmente se conseguirá sólo a base de legislación y reglamentos gubernamentales: la resistencia a adoptarlos ya se ha visto que es enorme y genera dinámicas filibusteras de negaciones a diversos niveles, de manera que lo mejor será buscar otras maneras de conseguirlo.
Sea como sea, los humanos tenemos pendiente adaptarnos a la biosfera y dejar de ser el cáncer que se la está comiendo. Porque ahora mismo lo más urgente es intentar frenar o mitigar el cambio climático, pero tenemos muchos frentes abiertos, y debemos empezar a abordarlos.
@retroprogreso