SALVADOR PÁNIKER Y EL RETROPROGRESO – CRÓNICAS DEL RETROPROGRESO – 1

Ahora que se ha celebrado el año Raimon Panikkar, es oportuno recordar que el 2017 perdimos a uno de los referentes intelectuales más singulares de este país: su hermano, Salvador Pániker. La diferencia en el apellido se debe a que Raimon decidió modificar el suyo para adaptarlo mejor a la fonética del apellido original.

Al igual que Raimon, Salvador Pániker fue singular por su origen familiar, hijo de padre de la Índia y madre catalana; pero también fue singular su carrera personal, dedicada primero a la industria, después a la vida pública en un sentido amplio y finalmente a la especulación filosófico-vital; y singular en definitiva fue su punto de vista, por un lado a caballo entre Oriente y Occidente, y por otro uniendo la filosofía clásica con el pensamiento más innovador y rompedor.

Cuando murió, en abril de 2017, los periódicos explicaron que había desaparecido un filósofo que era conocido como fundador de la editorial Kairós, y las últimas décadas también por haberse dedicado a promover que se legisle a favor de la eutanasia, la muerte digna. Alguien también recordó que su pensamiento filosófico se había centrado en un concepto notable: el modelo retroprogresivo. Así lo llamó en su ensayo más ambicioso, «Aproximación al origen», publicado en su editorial el 1982.

Los límites del progreso

En ese mismo libro, y después en sus memorias y también en artículos, conferencias y entrevistas, se refirió a ese modelo con otros nombres: el esquema retroprogresivo, la dialéctica retroprogresiva, etc. Y también lo condensó en una sola palabra: la retroprogresión o el RETROPROGRESO. ¿Pero qué significa este concepto? ¿Cuál es la propuesta concreta que hace? El punto de partida es que el progreso, como ideal que mueve el mundo occidental y el de patrón occidentalizado -que, en realidad, ya es el resto del mundo-, está agotado.

Podríamos definir el progreso como la creencia en que la progresiva racionalización del mundo, a través primordialmente del desarrollo científico-tecnológico, permite solucionar todos los problemas a los que se enfrenta la humanidad, por difíciles que sean. Y también, y quizás más importante, que esta progresiva racionalización del mundo hace «mejores» a los humanos en todos los sentidos, principalmente el moral.

Esta creencia empieza con el Renacimiento, se consolida con la Ilustración y toma impulso durante los siglos XIX y XX. Y es durante este último siglo, principalmente en el último tercio, que el ideal entra en crisis. Y esto pasa porque se evidencia que el optimismo que despertaba el seguimiento de sus postulados era excesivo. La prueba es que ha generado problemas equivalentes o peores que los que se suponía que solucionaba.

¿Hace falta poner ejemplos? Quizás para los más adeptos al ideal sí. Ahí van: la contaminación y el cambio climático, el agotamiento de materias primas y de energías fósiles, la pérdida de biodiversidad, etc. En general son problemas ecológicos, que evidencian el sinsentido de un modelo socioeconómico basado en un ideal de progreso que ha tratado los recursos naturales como infinitos en un planeta finito.

De esta toma de conciencia surgió la llamada postmodernidad, es decir, la constatación que la modernidad basada en el progreso estaba llegando a su fin y que, por lo tanto, se vivia un cambio de época. Pániker edificó su propuesta filosófica en pleno auge de la postmodernidad y lo hizo en base a sus amplios conocimientos en filosofía occidental y oriental, pero también sobre lo que se ha llamado teoría de los sistemas complejos o de la complejidad.

La «fisura»

La tesis de Pániker es la siguiente: la racionalización del mundo que comporta el progreso ha creado una grieta, una «fisura» entre el «origen» humano, nuestra naturaleza más profunda, y las creencias que sobre esta naturaleza ha ido forjando el progreso. Una grieta que se ha ido ampliando a medida que el progreso ha ido avanzando, porque la definición de la realidad humana que nos han ofrecido los discursos públicos basados en este progreso cada vez era más alejada de la realidad más «animal», es decir, la base biológica, que no ha cambiado.

La propuesta de Pániker pasa por girar la vista hacia este «origen», para volver a él. Pero no para quedarse, porque seria perseguir otro mito, el de la Arcadia perdida. Que, por cierto, es lo que propuso en su momento Rousseau con su «buen salvaje», precisamente -y significativamente- en plena Ilustración. Muy al contrario: lo que Pániker nos propone es combinar este retorno con el mismo progreso.

El margen de ambivalencia

Unirlos, nos dice Pániker, abre un margen de «ambivalencia» que evita caer en la adoración de estos conceptos como mitos. Ésto permite aprovechar de manera crítica el potencial de los dos, con el «origen» como referencia a no perder nunca de vista y el progreso como motor de cambio. El resultado es una ampliación de la conciencia, que sería la auténtica libertad humana.

Esta conciencia ampliada nos permite comprender que el «desorden» que percibimos en el mundo que nos rodea -injustícias, desajustes, organización deficiente, etc- quizás no es desorden, sino «un orden diferente al que esperábamos». Y también que los esfuerzos por «ordenarlo» todo mejor de acuerdo a las herramientas conceptuales y los patrones conocidos, perfeccionándolos y llevándolos hasta las últimas consecuencias, a menudo lleva a más desorden, no a más orden.

Víctimas del lenguaje

Llevándolo más lejos, podemos darnos cuenta que estos patrones antiguos -el principal de los cuales es el mismo ideal de progreso- nos han hecho creer que podemos llegar a comprender de una manera absoluta y total la realidad que nos rodea, y que podemos controlarla a través de esta comprensión. Y, en último término, vemos que el origen de este enorme malentendido es la misma naturaleza del lenguaje, porque en el fondo sólo nos permite una ilusión de comprensión.

Si esto cuesta de asumir, sólo hace falta comparar lo que creemos ahora con lo que sabemos que creía la gente de hace, por ejemplo, 200, o 1.000 o 3.000 años. Y considerar después si pensamos que de aquí a 200, 1.000 o 3.000 años más -si la especie consigue llegar, claro- lo que creemos ahora se sostendrá y será vigente para los humanos que vivan entonces.

Es decir, la conciencia ampliada nos facilita poder admitir que nuestros esquemas mentales actuales no son universalmente válidos, sino únicamente productos de la historia humana y válidos sólo en nuestro contexto.

El retroprogreso ya existe

Visto desde este prisma, el retroprogreso se convierte en un proceso de construcción y perfeccionamiento de modelos de la realidad que nos sirvan de guía, y también asumir que, cuando se demuestra que los modelos vigentes no funcionan, hace falta cambiarlos. Como cuando la evidencia científica puso en cuestión la mecánica de Newton: entró en crisis y acabó siendo substituida por la de Einstein.

Pániker afirma que precisamente en ésto consiste el modelo retroprogresivo. Y añade que no es un proyecto pendente de implantar, sino que ya existe: es el proceso crítico que, más o menos, está en marcha en las sociedades democráticas abiertas, siguiendo la definición de Karl Popper. 

Ésto pasa cuando en estas sociedades la acción social y política está de verdad basada en un debate público que pone a prueba los proyectos antes, durante y después de llevarlos a la práctica. Según Pániker, en estos casos se acostumbra a encontrar soluciones complejas a los problemas complejos y se mitiga la influencia de los discursos simplistas, que son los que dominan en las democrácias deficientes y en las dictaduras, donde no hay un auténtico debate público, sólo un simulacro.

Cambio de paradigma

Llegados a este punto, podemos preguntarnos si la propuesta de Pániker es un programa filosófico-político que pretenda substituir el mito del progreso por otro de mejor, o si es sólo una descripción de como funciona el auténtico progreso una vez despojado de su contenido mítico. Porque el modelo retroprogresivo no propugna una creencia concreta, sino un cambio de paradigma que implica abandonar las creencias de tipo mitológico.

Este nuevo paradigma exige admitir de entrada que no hay soluciones mágicas que permitan «ordenar» el mundo siguiendo un esquema ideològico simple, que es la promesa que hacen el socialismo, el comunismo, el anarquismo, el capitalismo, el fascismo, el liberalismo y todos los demás -ismos existentes. Todos ellos, por cierto, con el ideal del progreso como referencia última.

Muy al contrario: la solución está en el mismo problema, es decir, en el debate entre estas propuestas, un debate que Pániker llama «pluralismo». Es decir, ninguna de estas ideologías tiene la solución, pero la combinación, el combate dialéctico entre ellas es el que permite encontrar soluciones pragmáticas y viables en cada momento.

Siempre necesitaremos un mito

Pero la solución no es tan «simple»: parece que los humanos tenemos la necesidad de creer en alguna cosa, en algún ideal absoluto -aunque sea un mito y lo sepamos- que nos sirva de guía y de referencia para dar sentido a nuestro mundo. Esto explica que, a pesar de estar tan cuestionado, el progreso continue siendo un mito tan vigente. Por eso, una vez constatado que ya no sirve, hace falta cambiarlo por otro. Y este otro muy bien podría ser el mismo retroprogreso. 

Salvador Pániker defendió esta necesidad y propuso su modelo filosófico siempre que tuvo ocasión. Pero no tuvo mucho éxito, no se le hizo mucho caso. Ahora que él ya no está quizás podemos hacerlo en su nombre.

Enero 2018

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