¿SABES QUÉ ES UNA CISMOGÉNESIS? ESTÁS VIVIENDO UNA GRANDE

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Lo que está pasando en Catalunya y en España se puede definir como un proceso de CISMOGÉNESIS. Para los que no la conozcáis, esta palabra se la inventó hace unos 80 años el antropólogo y teórico de la comunicación Gregory Bateson. Es un concepto que ayuda a describir y a analizar los conflictos crónicos cuando sufren un aumento considerable de agresividad entre la partes enfrentadas.

Según este concepto, estos procesos son graduales y sostenidos en el tiempo, de manera que llega un momento en que no está claro cuándo ha empezado el conflicto. Habitualmente también las partes se acusan mutuamente de ser los iniciadores y únicos responsables, y lo hacen aislando y magnificando los detalles y argumentos que les dan la razón y minimizando la importancia de los hechos y argumentaciones equivalentes que utiliza la otra parte.

Debido a la gradualidad, también suele pasar que, hasta que el proceso no está muy avanzado, las personas involucradas no llegan a ser conscientes de la gravedad de la situación ni de los profundos cambios que están sufriendo como sujetos, cambios causados por la escalada de agresividad. Usar el concepto de cismogénesis permite darse cuenta de que muchos tipos de conflictos individuales y colectivos graves empiezan así, por ejemplo, las separaciones matrimoniales traumáticas y también muchas guerras.

Nosotros” y “ellos”

En estos procesos el “otro” se convierte en una obsesión, y acaban pasando cosas y se llega a situaciones que los afectados consideraban imposibles e inimaginables. Y las motivaciones de todo ello, por muchos análisis que se hagan a posteriori, muy a menudo no encuentra explicación “racional” posible. Porque lo que más define a los procesos de cismogénesis es la retroalimentación que encuentra cada parte en lo que dice y hace el otro, y que lleva a actuar en una cadena de acción/reacción cada vez más agresiva y más puramente emocional.

Y en eso estamos: hay dos legitimidades, la española centralista y la catalana independentista, que se excluyen mutuamente. Estas dos legitimidades tienen naturalezas y recorridos diferentes, pero en estos momentos son vividas como plenamente legítimas por las personas de los dos grupos humanos que cohesionan. Evidentemente ésto representa un problema muy grave, porque está pasando en un espacio político único en el que sólo hay una legalidad vigente.

En esta dinámica se han configurado dos paradigmas opuestos que se niegan mutuamente la legitimidad y que imposibilitan casi totalmente la comunicación. Y lo peor es que los integrantes de uno y otro bando tienen cada vez menos respeto por los de la parte contraria, porque consideran ilegítima su posición y sus creencias, cosa que conlleva una deshumanización cada vez más cruda del “otro”.

Ésta polarización acaba afectando a todo el mundo, y cada día que pasa más personas se ven obligadas a posicionarse a favor de una de las partes. Y el resultado lo tenemos delante cada día desde ya hace años, en la acción política y judicial, y también en el espacio público, en los debates, en los periódicos, en las televisiones, en las calles, en las conversaciones, en todas partes. Y en los últimos meses y en las últimas semanas el conflicto se ha generalizado, pasando de ser político a civil, y ahora podría estallar.

El conflicto político catalán, una cismogénesis de libro

Cabe recordar que hasta la década de 1990 el independentismo catalán era una expresión utópica de unos ideales percibidos como románticos e irrealizables dentro de la hegemonía de la España autonomista, una expresión que estaba viva sólo en círculos muy reducidos. La concreción por parte de ERC de un programa claramente independentista consiguió que esta expresión, todavía poco representativa, estuviera presente en el Parlament de Catalunya a final de aquella década.

Ésto por lo que respecta al “escenario” puramente catalán. Por lo que respecta al panorama general de España, la segunda legislatura de José María Aznar, iniciada el año 2000, supuso un punto y aparte en la política institucional llevada a cabo hasta entonces por la administración central. Con la mayoría absoluta conseguida justo después del enfrentamiento directo del PP con los restos de ETA y de la izquierda abertzale, el gobierno de Aznar cambió radicalmente el tono de la primera legislatura, en la que había tenido mayoría relativa y había pactado con el PNV y con CiU para poder gobernar.

Libre ya de éstos pactos, el PP puso en marcha un ambicioso programa con la intención de aprovechar los márgenes legislativos e institucionales para recentralizar el máximo posible la administración del estado. Y lo hizo con bastante éxito, pero éste éxito comportó como reacción en Catalunya que el apoyo electoral al programa independentista de ERC aumentase en las siguientes elecciones, llevando a un tripartito que cambió el panorama político catalán.

Un programa recentralizador frente a uno independentista

A partir de ese momento se puso en marcha la cismogénesis propiamente dicha, las consecuencias de la cual fueron, en Catalunya, el intento de blindar las competencias e instituciones autonómicas con un nuevo estatuto de autonomía, que fue recortado durante la tramitación parlamentaria en Madrid y rerecortado por el Tribunal Constitucional el 2010 cuando la ciudadanía catalana ya lo había validado en referéndum.

A partir de ese momento la cismogénesis se aceleró y el resto creo que lo tenemos todos bastante fresco. Sólo remarcaré que por el camino ese programa prácticamente marginal de ERC de finales de los años 90 acabó convirtiéndose en plenamente mayoritario y hegemónico en Catalunya a partir de, como mínimo, el 2012: por ejemplo, peticiones antes minoritarias como el cálculo del déficit fiscal o la gestión directa de las grandes infraestructuras acabaron asumiéndolas buena parte del espectro político y también de la sociedad catalana, organizaciones empresariales incluidas.

Para que no se malinterprete todo esto es necesario remarcar que el programa de Aznar, que ha acabado siendo sentido como propio por la gran mayoría de la representación política española, el PP pero también el PSOE y Ciudadanos, era y es plenamente legítimo, y además se ha desarrollado dentro del marco constitucional, pese a que muchos consideran que se ha hecho forzándolo un poco o bastante. Pero también ha sido legítima, y no menos, la reacción de la ciudadanía catalana que ha optado mayoritariamente por un programa político que era completamente utópico hace sólo 20 años.

En definitiva, el panorama que tenemos son dos legitimidades plenamente asentadas y hegemónicas, una en el conjunto de España y otra diametralmente opuesta en el territorio catalán. Se puede afirmar que esta escalada en la cismogénesis ha beneficiado a la derecha española concentrada en el Partido Popular: en los dos últimos años, a pesar que en las elecciones del 2016 perdió buena parte del apoyo electoral que tenía, los efectos políticos del conflicto le han facilitado poder mantener el control del poder ejecutivo y también del relato de la parte española del conflicto. Pero también ha ayudado a profundizar la hegemonía del independentismo en Catalunya, siguiendo la dinámica de escalada progresiva y de radicalización de posiciones que comporta la cismogénesis.

Ahora, cuando el conflicto ya ha madurado mucho y la cismogénesis está muy avanzada, el gobierno de Mariano Rajoy parece haber apostado por una vía similar a la que, hace poco más de una década, llevó a la expulsión de la izquierda abertzale de la política institucional. Pero las diferencias con el caso del País Vasco son enormes y, muy probablemente no conseguirán el éxito: en Catalunya no ha habido, ni de lejos, la violencia de ETA, y los porcentajes de apoyo ciudadano al independentismo superan de mucho los que tenía entonces la izquierda abertzale.

Es una cismogénesis complementaria o simétrica?

Gregory Bateson creó el concepto de cismogénesis definiendo dos variantes: la complementaria y la simétrica. En el primer caso, las dos partes se enfrentan desde posiciones desiguales y el agravamiento del conflicto refuerza el papel dominante de la más fuerte y el papel dominado de la débil. En esta variante, por tanto, hay dos roles claramente diferenciados, con una de las partes que se reivindica en todo momento como hegemónica y la otra que se ve obligada a asumir su subalternidad.

Así, la dinámica resultante tiende a un reforzamiento de la complementariedad entre los dos roles, de manera que aunque haya momentos en que parezca que el conflicto se desenfrena, lo cierto es que tiende a la estabilidad. Es un esquema conceptual que se puede aplicar a muchas situaciones humanas, por ejemplo, a los casos de acoso laboral o escolar, o también a las relaciones de pareja conflictivas dentro de un esquema machista. Que algunas de ellas acaben como acaban, con la mujer muerta, no quita que la inmensa mayoría puedan mantenerse bastante estables a lo largo del tiempo.

En una cismogénesis simétrica, en cambio, los roles de las dos partes son equivalentes, de manera que el conflicto tiene mucha más tendencia a desenfrenarse, en una dinámica de escalada progresiva, porque ninguna de las dos partes acepta un papel subalterno. Esta variante del concepto es muy útil para analizar el origen de las guerras, sean civiles o entre países. Precisamente Bateson la concibió fijándose en los procesos prebélicos en marcha en la Europa de la década de 1930.

El conflicto que nos ocupa parte claramente de una cismogénesis complementaria en la que el papel dominante la tiene la idea hegemónica de una España unitaria y homogénea, y el papel dominado o subalterno lo tiene la idea una Catalunya plenamente soberana y con voz propia, sea independiente o no.

La intención del independentismo es forzar que el conflicto se convierta en simétrico, pero la parte centralista está forzando la situación para que se mantenga complementario. Y por eso reacciona siguiendo este esquema: se trata sólo de poner en su lugar al subalterno, y por eso activa los mecanismos que se aplican en estas situaciones, que son el sistema judicial y los cuerpos de seguridad.

Fantasías en los dos lados

Nos encontramos, en definitiva, con dos partes que apelan a los mismos grandes principios -democracia, libertad, igualdad, etc-, pero con significados concretos opuestos. Y es necesario remarcar que las dos partes sustentan estos conceptos tan relucientes y trascendentes sobre fantasías poco rigurosas. Por el lado independentista la fantasía ha pasado por creer que la independencia sería un camino relativamente fácil, por la simple razón que es evidente que Catalunya tiene derecho a la autodeterminación, y por eso las instituciones centrales del estado lo acabarían reconociendo aunque les costara.

En esta idea se han basado algunos de los conceptos clave del independentismo, que podrían calificarse de eufemismos: El “derecho a decidir”, la “desconexión”, el “queremos votar”, etc. No estoy afirmando que se hayan utilizado conscientemente para esconder nada ni engañar a nadie y probablemente los que los han promovido también se han engañado a sí mismos. Pero son expresiones que han obviado que la intención real implicaba ir mucho más allá de simplemente emitir un voto, porqué suponía cambiar aspectos esenciales de la arquitectura institucional y legal de Catalunya, y no sólo “desconectar” las instituciones autonómicas existentes y ya está. Y también han obviado que la administración central opondría TODA la resistencia posible.

Por el lado centralista la fantasía pasa por creer que el independentismo es como algún tipo de enfermedad vírica que se ha extendido entre los catalanes y que lo único que hay que hacer es aplicar el tratamiento indicado y ya se curarán. Aparentemente sus líderes políticos no son conscientes de su responsabilidad en la situación, del hecho que muchos catalanes se han sentido empujados hacia el independentismo como reacción a la recentralización del estado que comporta su programa. Y tampoco que el “tratamiento” lo único que conseguirá es agravar la situación y probablemente precipitar una salida traumática de Catalunya del estado a medio o largo plazo.

Y, para acabar, quizás vale la pena añadir que la situación, en el fondo, no es tan grave, y que la vida de los catalanes seguramente no mejorará de manera radical si efectivamente Catalunya se convierte en un estado independiente. És decir, no todo será coser y cantar y habrá que seguir esforzándose día a día para conseguir unos resultados que igual no son tan magníficos como los imaginados.

Ni tampoco España se “romperá” si Catalunya se independiza, simplemente será más pequeña. Y si sucede quizás tendrá la oportunidad de repensarse y también los líderes que la controlan podrán preguntarse porque, ante una crisis como la actual, han reaccionado con estrategias similares a las que hace más de 100 años llevaron a la pérdida de Cuba y Filipinas.

Josep Maria Camps
@jmcampsc

P.S. diciembre 2018: Escribí este artículo hace más de un año, y creo que la evolución del clima sociopolítico durante este tiempo le ha dado bastante la razón.
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